Por Juan Carlos Botero Zea; Columnista invitado
Con sólo diez meses de gobierno, lo que más sorprende es la cantidad de errores cometidos por Gustavo Petro. Y lo peor es la cantidad de errores gratuitos, innecesarios y autoinducidos.
Obvio: todo mandatario, por capaz que sea, comete errores. Y Petro tiene una oposición alerta e implacable que examina con lupa cada acto del gobierno, lista a magnificar y a celebrar los tropiezos. Pero eso no exime de responsabilidad al presidente de sus propias embarradas.
Y han sido demasiadas. Incluyendo muchas de estrategia. El presidente fue elegido para realizar un cambio en el país, urgente y necesario, y más debido a los niveles de pobreza y violencia que prevalecen en Colombia. Para lograr ese cambio Petro propone una serie de reformas, y dejando de lado si éstas son buenas o malas, si mejorarán o empeorarán la vida de los colombianos, ¿el presidente cree que la mejor forma de pasarlas es satanizando a los medios, a las cortes, al Congreso y a los organismos de control del Estado? ¿Llamando a marchas callejeras?
Han prevalecido errores de política económica. Porque una cosa es combatir el cambio climático, y otra muy distinta es que un país se suicide. Nos guste o no, los ingresos nacionales dependen en su mayoría de los hidrocarburos, y el manejo que el presidente le ha dado a este tema ha sido caótico; un día los ataca y otro día los defiende, creando confusión en el sector y asustando a la inversión extranjera.
Han prevalecido errores de trato humano. ¿Acaso es acertado nombrar ministros y no recibirlos una sola vez antes de despedirlos a través de los medios, como pasó con la exministra de Cultura? ¿O despedir a figuras ilustres sin explicación y mediante su jefe de gabinete? Muchos de esos funcionarios, ofendidos, terminan tarde o temprano de enemigos, y todo por un trato injusto, inmerecido e innecesario. Se espera más del jefe de la Colombia Humana.
Han prevalecido errores familiares y de nombramientos. El presidente toleró la rueda suelta de su hermano, visitando presos en las cárceles y dotado de una agenda turbia y secreta que hoy investiga la Fiscalía. A la vez permitió los excesos y desatinos de su hijo. Y también toleró abusos de varios colaboradores cercanos.
Asombra comprobar lo mal rodeado que está el presidente. Que una chica tan joven y sin experiencia como la exjefe de gabinete, Laura Sarabia, acusada por las famosas chuzadas, ostentara tanto poder en la Casa de Nariño, era una crisis anunciada. Y ni hablar de personajes tan íntimos y tóxicos como Armando Benedetti.
Han prevalecido errores de agenda y de conducta. Llegar tarde a todo. Dejar metidos a empresarios, alcaldes y filántropos. Dejar plantado al presidente de Francia. Escribir docenas de trinos diarios, sin tiempo de verificarlos y sin un asesor de medios que los filtre y corrija.
Y ha prevalecido el mayor error de todos: no reconocer los errores. Si algo sale bien, el presidente lo reclama como fruto de su liderazgo. Pero si algo sale mal, la culpa siempre es de otro: la prensa, los neoliberales, los corruptos, o quienes, según él, desean darle un golpe de Estado, blando o duro.
Presentarse como víctima ayuda a eximir al mandatario de toda responsabilidad por sus errores. Pero esa excusa no es válida en un jefe de Estado. Y tampoco sirve de nada. Es apenas otro error.
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