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EL TRIUNFO DEL DESCARO

Por Juan Carlos Botero Zea; Columnista invitado


Estamos viviendo en la era del espectáculo, donde la vida privada de la gente (su ropa, comida, viajes, diversiones, peleas) está en vitrina permanente. Antes no había acceso a lo que sucedía en la privacidad del hogar, y por eso lo que se hacía en público, que era lo único visible, era examinado con lupa.



Pero en este tiempo de cámaras en celulares, mensajes instantáneos y redes sociales, todo eso ha cambiado, y donde más se nota es en la política. En ningún país la clase política es un modelo de ética y honradez. Pero antes había cosas intocables. Sagradas. No se permitía cruzar ciertas líneas.


Cuando la prensa pilló en una mentira al candidato presidencial Gary Hart, en 1988, se le acabó su carrera política.


Cuando los líderes de su partido le dijeron a Richard Nixon que su juicio de destitución era inevitable, él renunció a la presidencia.


Y cuando Meryl Streep criticó a Donald Trump por burlarse de un inválido, la actriz estaba señalando una de esas líneas, la frontera de la ética.



Pero ya no existen esas líneas y todo está permitido. Hasta reírse de un inválido. Y cuanto más extremo el insulto, el ataque, la mofa o la mentira, mejor. Más cámaras buscarán al político. Más seguidores tendrá. Más lejos llegará su eco. Nada es sagrado. Nada es intocable.


Este es el gran legado de Donald Trump. Una nueva forma de hacer política. Ya no es necesario pedir disculpas o retractarse.


Antes, la decencia y la vergüenza, o el costo por hacer lo inaceptable, imponía unos límites al político.


Ahora conviene doblar las apuestas, aumentar la postura al extremo. Y en vez de ser castigado, el político es aplaudido y gana en votos.



Bienvenidos al triunfo del descaro


Hoy la meta es una: ganar. Y ningún obstáculo es respetado. Nada está más allá del insulto, del ataque, de la burla o la mentira. Trump llama a su propia hija “un pedazo de culo” y gana seguidores. Si ofende a una dama, en vez de pedir disculpas la llama “cara de caballo”, y gana seguidoras.


Los trumpistas criticaron a Hillary Clinton por su manejo de documentos secretos, pero Trump se lleva cajas enteras de documentos a su casa, los mete en el baño y los muestra para pavonearse. Trump no se excusa por el asalto al Capitolio del 6 de enero; en vez llama a los asaltantes “patriotas”. Criticó al héroe John McCain, y cuando le recordaron que ese hombre sufrió torturas durante años como prisionero de guerra en Vietnam, Trump lo llamó un “loser”. Lo insultó más.



Lo malo de esta estrategia es que funciona, y por eso todo político inmoral, desde Putin hasta Bukele, la está usando. Ahora es válido negar resultados electorales, desafiar fallos judiciales, mentir de frente, ignorar datos científicos y opiniones de expertos en cualquier materia, desde la salud hasta la economía. Ningún presidente de EE.UU ha mentido más que Trump, y por eso George Santos miente sin reparo.


En la tierra del turismo DeSantis ataca la gran atracción turística, Disney; censura libros, prohibe la palabra gay y veta que se hable de la esclavitud en colegios. Y es candidato presidencial.


Esto es gravísimo. Porque en vez de respetar ciertas líneas éticas, trazadas por la honra y la decencia, basta doblar las apuestas y ser más radical, ofensivo, insultante o mentiroso.


Así se gana hoy en política. Pero así pierde la humanidad.



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