Por Juan Carlos Botero; Columnista invitado
Cumplido el primer año de gobierno de Gustavo Petro, resulta claro que el presidente tomó el camino equivocado.
Al iniciar su mandato, el Jefe de Estado tenía dos maneras de proceder. Una era difícil y responsable; otra era fácil y poco seria. Petro, por desgracia, escogió la segunda y eso explica la crisis de su gobierno.
El camino difícil era actuar como un estadista. Buscar consensos, persuadir y negociar para sacar adelante reformas realistas, gobernando para todos los colombianos y no sólo para quienes lo eligieron.
Por un tiempo, en los primeros meses de la coalición política, parecía que Petro iba a tomar esa ruta, pero duró poco la ilusión.
Ese camino exigía responder por los errores propios, ejercer la autocrítica, controlar familiares y funcionarios, descartar sueños imposibles y obrar de manera adulta y madura: respetando el tiempo de otros, llegando a la hora de reuniones y citas de trabajo, y no dejar metidos a gobernadores, alcaldes, empresarios nacionales y extranjeros, y menos aún a otros Jefes de Estado.
Sin embargo, Gustavo Petro tomó otro camino, el fácil e irresponsable. Quejarse. Declararse víctima del poder. Interpretar su triunfo electoral como una licencia para hacer lo que quisiera, cosa jamás vista. Lanzar propuestas llamativas pero imposibles, como la Paz Total. Calificar a todo crítico de intereses siniestros.
Quien osara cuestionar sus reformas era un corrupto neoliberal, o un esclavista. Tildar de falsas las encuestas que registraban su caída en popularidad. Culpar a otros de sus errores. Acudir a la calle con discursos incendiarios, que sólo han atizado las llamas de la discordia.
De acuerdo: el primer camino es menos atractivo. Exige pactar, seducir rivales, actuar con disciplina y no quejarse. Recibe menos atención mediática y requiere mucho trabajo serio, lento y discreto. En eso radica la tarea de gobernar, administrar y gestionar. Para un hombre de acción eso es más tedioso que liderar una campaña o la oposición.
Y ése es el problema. Dada su personalidad, Gustavo Petro también está en el lugar equivocado.
Todo revolucionario sueña con ser un héroe. No un mandatario más. Por eso el presidente prefiere echar discursos que gestionar. A Petro no le interesa la minucia de la administración. Él desea pasar a la historia, y para eso hay que soñar en grande y ensayar lo imposible.
En vez de construir sobre lo existente y reformar lo necesario, Petro prefiere empezar de cero e inventar todo de nuevo. En vez de reparar la infraestructura, Petro propone proyectos irreales.
La ideología prevalece sobre lo práctico y lo posible. Por eso él nombra ministros que no son expertos en la materia y hasta parecen enemigos de su cartera.
Por eso él acepta un inaceptable proceso de paz con el ELN, sin dejación de armas y sin que dejen de secuestrar.
Por eso él no enfrenta tensiones en su gabinete para anticipar crisis ministeriales, y de ahí once cambios de ministros en un año. Por eso no se ha ejecutado el 50% del presupuesto nacional sino el 15.7%. Y por eso el presidente tiene una desaprobación del 61%.
Sí: aún quedan tres años de gobierno. Y Petro tiene tiempo de cambiar de camino y tomar el más serio y responsable. Porque la gente no necesita grandes discursos sino grandes resultados. Ojalá su personalidad se lo permita.
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