Por Patricia Rodríguez Guevara.
Me remonto al mes de Marzo de 2020 cuando en Colombia se dio a conocer el primer caso de Covid 19… ¡Que desastre pensé! No pude más que imaginar que ya nada sería igual, el pánico se apoderaba de mí como quizás le pasó a muchas personas.
Aún sin ser conscientes de lo que ello implicaría comenzábamos a recorrer un largo camino. Ese que dejo tanta tristeza a nuestro paso, angustia, dolor, quiebras, solo por mencionar algunos hechos que seguimos evidenciando.
Para aquel momento, una situación de angustia y ansiedad se sumaba a mi existencia. El temor a entrar a un quirófano por las implicaciones que esto encierra y sus dificultades. Algunas ocultas a nuestra nueva realidad por el desconocimiento a eso que llamé, el caos.
Sin embargo y siempre optimista, anhelaba cerrar mis ojos y al abrirlos darme cuenta que solo había sido una horrible pesadilla, lo que sin duda fue, pero no pasajera.
Con el tiempo pensaba que estas duras vivencias crearían transformaciones positivas en las personas. No sé, quizás siendo más solidarios, tal vez más humanos, menos mezquinos, más nobles, menos soberbios, más espirituales y allegados a las personas, quizás, menos individualistas. Pero que va, me equivocaba otra vez.
Pareciera que todo el estrés vivido, los encierros, las carencias para muchos y las múltiples pérdidas humanas habían cumplido su cometido pero al revés de lo que yo pensaba. Hoy esa realidad se hace palpable y nuestra humanidad se ha vuelto más hostil.
Sin embargo, creo que las duras experiencias vividas deben enseñarnos a ser mejores personas, seres humanos íntegros dispuestos a dar lo mejor de nosotros, no solo a los demás sino a todo ser vivo que habita nuestro planeta.
En lo personal he visto como en lo más simple se encuentra belleza y en cada ser viviente el encanto de lo que encierra su existencia.
Por qué entonces no apostarle a lo bello, al amor incondicional, a lo que te hace ser y dar lo mejor de ti, a la simplicidad de la vida, a brindar al otro una ayuda cuando lo necesita, a ser realmente auténticos, empáticos y solidarios. Porque es ahí donde la vida cobra más sentido.
Nada más bello que dar un abrazo a quien lo necesita o una sonrisa desinteresada a donde llegas, ese simple gesto rompe hielos y alivia corazones.
Cuanta belleza en dedicar tu tiempo a quien se siente solo, escuchar lo que le cuesta expresar, saber interpretar sus gestos, actitudes y comportamientos como respuesta a estímulos que no siempre son favorecedores.
Que bello es ver, cómo las lágrimas se convierten en sonrisas, y los gritos en palabras amables llenos de gratitud infinita.
Que hermoso detenerte a ver la inocencia de un niño, recordar que también lo fuiste y aún mejor, despertar ese pequeño que no se ha ido de tu corazón y esta ávido de amor, de caricias, de compañía, con el deseo vivo de hacer pilatunas ausentes de maldad.
Que grandioso, sentarte a platicar con un adulto mayor que siente que ahora sus limitaciones bien sean de visión, escucha o movimiento, no le permiten disfrutar la vida como sin duda lo quisiera.
Fue emocionante platicar muchas horas con mi adorada abuelita quien llegó a cumplir un poco más de 100 años.
Siempre me dijo que se sentía fascinada con la tecnología y por la vida en sí misma. Era amante de la música clásica, de las melodías de Bethoven, de Schubert, las canciones de Michael Jackson y con esa misma pasión disfrutaba un merecumbe, una cumbia, una salsa y hasta una champeta. Sabía gozarse todo cuanto hacia parte de su vida.
Que fantástico no envejecer solo, si, en compañía de tus padres como es el caso mío.
Papi, quien a sus 85 años aún se inscribe en diplomados, asiste a conferencias, se ocupa por aprender, emprender, seguir la vida con optimismo y tranquilidad, siempre se muestra claro de su realidad y limitantes. Es feliz, me anima con su buen sentido del humor y con cariño continua su andar sin freno, más a aun cuando las situaciones se vuelven complejas.
Y ni hablar de mami, un par de años más joven que él, así, con su swing, un buen sentido del humor y un corazón de adolescente con la experiencia de sus años vividos. Graciosa, práctica, optimista sin dejar de ser realista, activa, deportista, sabe gozarse la vida, con poco o con mucho pero al igual que papi, siempre busca estar bien y feliz.
La vida es para ser disfrutarla con sus más y sus menos, nadie sabe cómo será el mañana, tampoco si llega o cómo vendrá.
Si me refiero a los hijos, es hermoso hablar con ellos, disfrutar de su compañía, enseñarles un camino más corto para que logren sus objetivos y sean felices. Tenerlos junto a ti, es un bello privilegio. También abrazarlos, decirles sin cansancio cuánto los amas y secar sus lágrimas cuando lloran porque crecer no es fácil.
Ser padres, tampoco es una tarea sencilla. Si un arte que se va aprendiendo con ellos y aunque se mejora con el pasar de los años nunca se llega a la perfección. Somos igual que ellos: seres con emociones, sentimientos, imperfectos, sin súper poderes, aunque para muchos terminemos siendo héroes o heroínas, porque así es el amor: ve perfección donde no la hay.
Y ni hablar de tener una mascota en casa, cuanta alegría llegar y verlos batir sus colas o escuchar esos ronroneos y ver sus actos graciosos; esos que logran desestresar al más tenso porque están llenos de amor. En su corazón no hay maldad, saben más de lealtad que muchos de nosotros y nos enseñan que con poco se puede llegar a ser plenamente feliz.
Sea cual sea tú situación, siempre hay un propósito de vida, unos sueños por cumplir y el deseo de muchos tipos de amor que te acompañen en cada una de las etapas de tú vida.
¡Atrévete a vivirla!
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