Por Brigitte Baptiste Ballera; Columnista invitada
Estuve en Pereira en el 1er Congreso de Construcción Verde de Camacol, para debatir las políticas y avances en sostenibilidad de una de las actividades económicas más importantes de la sociedad: la producción de hábitat.
La conciencia creciente de que las empresas de construcción deben entenderse como diseñadoras y productoras de ecosistemas ha ido moviendo la discusión de la sostenibilidad hacia temas efectivamente más verdes y no solo asociados con los compromisos de descarbonización impuestos por una globalidad injusta, que está logrando que nos gastemos nuestros escasos recursos en la deuda climática de los países del norte (China, India, USA).
La famosa transición nos está ayudando a ganar competitividad gracias a la innovación acelerada en mitigación, es cierto, pero solo en los aspectos más clásicos de mejora en las eficiencias, control de externalidades y producción de circularidad, virtuosos pero insuficientes para un urbanismo que, en Colombia, requiere ante todo enfocarse en la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, el verde-verde.
Cosas maravillosas como el uso de cemento hecho de escombros, o acero de chatarra, ladrillos livianos de plástico reciclado, sistemas de drenaje sostenible o paneles solares, junto con nuevas técnicas constructivas y un arreglo financiero sofisticado con el Estado estaban llevando al sector a adquirir un ritmo importante de producción de vivienda de todo tipo, que hoy está en crisis. La hipótesis parece ser, como en otros frentes, que la construcción informal o por empresas estatales es más conveniente, especialmente en temas de VIS, un modelo de gestión urbanística que colapsa debido a nuestra incapacidad de ordenar integralmente el territorio.
La falla en considerar los servicios de los ecosistemas en los usos del suelo ha contribuído, por ejemplo, a crear costosos conflictos que nos retienen en el siglo XX: la sustracción de 20 hectáreas (compensada x 3) de un costado de la Reserva van der Hammen en Bogotá, por ejemplo, para construir la Avenida Boyacá, se pone en riesgo por una interpretación radicalmente opuesta entre el MinAmbiente y la CAR, con ecologías diferentes en su cabeza, producto del distanciamiento histórico entre actores del Sina y visiones mistificadas del manejo de la biodiversidad.
Las ciudades sostenibles no vendrán de la lucha a patadas entre constructoras, gobiernos y comunidades, fundadas en el “volteo de tierras” que aún prohíjan muchos actores bajo cuerda, el famoso Forerofetecualismo, vigente y lamentablemente aprovechado por quienes prefieren la rentabilidad inmediata a la función social de producción de hábitat. La gran mayoría de constructoras del país, por fortuna, ha escogido otro camino, con modelos de ciudad mucho más concertados, equitativos y realmente verdes.
Se requiere una conversación más fluida con autoridades, comunidades y gobiernos locales para superar un modelo regresivo de ciudad que impide el uso de criterios ecológicos rigurosos en su diseño, superando visiones ingenuas, incompletas, populistas o convenientemente amañadas por los agentes electorales.
En tiempos de campaña, prometer bosques o abrazar árboles siempre atraerá más votos, así a la vuelta de unos años nos quedemos sin la casa y sin los árboles, que un diseño compartido y verde del hábitat nos podría proveer.
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